Kundera

Catalina Sojos

El público lector, aquel que nos sigue fielmente desde hace tantas décadas, es testigo de nuestra manía por Kundera, fallecido hace pocos días el escritor que, lastimosamente, decidió callar hace largo tiempo y nos dejó en ese silencio terrible en el que no caben “la risa y el olvido” y es que sus libros de cabecera son motivo de oración cada tarde y noche. Más allá de la amadísima e “Insoportable levedad del ser” Milan Kundera nos introdujo a los resquicios de la historia con sus “Testamentos traicionados” en los cuales desfilaban Kafka, Hemingway, Janácek, entre otros y nos enseñó la armonía y el parentesco de la palabra y la música. “La inmortalidad” que hoy le acoge “La lentitud” filosofía que hereda Byung Chul Han, “La fiesta de la insignificancia” su última obra plena de humor negro y teosofía, siguen acompañándonos. El premio político del Nobel nunca le fue otorgado, obviamente, pero no se comprende el siglo anterior sin su escritura. Como anécdota irónica al final de su vida, le fue devuelta su nacionalidad checa. Disidente, enemigo del totalitarismo, su obra es un todo, un canto a la libertad del pensamiento y a la vida sin restricciones. Novela, filosofía, ensayos repletos de poesía. (O)