Esta campaña electoral se caracteriza por un tinte complejamente agresivo, podría ser un reflejo del contexto actual del país, pero cuando lo vemos desde el enfoque de género, evidenciamos que responde particularmente a una narrativa misógina y machista.
Más allá de mi simpatía o no con las mujeres que se han candidatizado, me estremece leer y oír los comentarios que se hacen sobre ellas, ponen en duda el nivel educativo, la experiencia o cualidades laborales, y hasta eso se podría entender; pero que se cuestione la vida sentimental o afectiva de una candidata, si es o no madre y qué tan buena madre es, su estado civil, cómo se viste, o si es guapa, me parece de lo más burdo y desubicado, da asco.
En un análisis de comunicación política a un candidato hombre, pocas veces se le cuestiona temas personales o educativos. A las mujeres todo el tiempo. Darse cuenta de estas expresiones de violencia podría ayudar a mejorar la vida de todos, a tener prácticas más éticas en procesos electorales, y analizar con mejores ojos por quién votamos; porqué si son así en la vida pública, ni pensemos cómo actúan en el mundo privado.
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