Para la gran mayoría de ecuatorianos no es realmente importante este alboroto de las próximas elecciones. Posiblemente esa mayoría mira lo que sucede y lo que vendrá luego, pero le importa menos que el futbol o las telenovelas.
Quienes analizamos el acontecer político somos una minoría y nos hacemos la idea de que todas las personas estarán preocupadas e interesadas en lo que va a suceder, pero estamos equivocados. Se ha determinado mediante encuestas que, por ejemplo, el tal debate entre los candidatos interesa a un porcentaje bajo de ciudadanos. De los que lo verán, se conoce por lo sucedido antes, que quienes están ya decididos a votar por un candidato, pase lo que pase en el debate, votarán por “su candidato” y que quienes todavía no saben por quién votar, no serán influidos por el tal debate. Esas personas, que son mayoría, decidirán por quien votar el día de la elección e inclusive en el momento mismo de votar.
Estas consideraciones nos hacen entender que todo eso de candidaturas y propuestas electorales, a la gente común y corriente, que es la gran mayoría de votantes, en realidad no le importa. Y el destino del país está en manos de esas personas, por eso es que su destino es cada vez más sombrío. Así se entiende cómo pudo un Abdalá Bucaram llegar a la Presidencia, un Lucio Gutiérrez y hasta, increíblemente, un Rafael Correa y un Lenin Moreno que no solo llegaron a esa alta magistratura, sino que, después de haberse comprobado la barbaridad que fueron sus administraciones, la cantidad de robos y de millones llevados ilegalmente en sus gobiernos, hasta podrían volver a ejercerlas; la candidata correísta ofrece resurgir ese pasado.
Y a la mayoría de ecuatorianos sigue sin importarle ni un poquito todo eso, Es que ni siquiera llegaron a enterarse de lo tremenda que fue aquella época para la Patria, no solo en lo referente a las ingentes sumas de dinero que fueron usurpadas sino a la caída de los valores ciudadanos, de la libertad de expresión y de prensa, de la dignidad ciudadana ultrajada vilmente por una persona que hacía gala de ser el peor insultador y ultrajador de la historia, que desde una ignominiosa tarima se daba el lujo de ordenar a los jueces cómo debían hacer sus sentencias. (O)