El Ecuador, que figura actualmente como uno de los países más inseguros de la región, también se encuentra entre aquellos que han padecido la mayor cantidad de víctimas políticas en el último año. En el contexto del proceso electoral por dignidades seccionales, se rememoran con pesar las trágicas pérdidas de candidatos tales como Omar Menéndez de Puerto López y Julio César Farachio en Salinas. A estos casos hay que incluir el atentado sufrido por Javier Pincay, alcalde de Portoviejo y Luis Chonillo en Durán. De fecha más reciente se cuenta el fallecimiento del candidato a asambleísta Rider Sánchez, sucedido en la provincia de Esmeraldas y la trágica muerte de Agustín Intriago, alcalde de Manta, acribillado durante uno de sus recorridos, cuyo deceso enluta a todo el Ecuador.
No obstante, la violencia perpetrada contra los políticos trasciende la mera exposición del número de atentados y víctimas. Si bien el país se encuentra inmerso en un contexto de inseguridad que prevalece, es imperativo reconocer cómo dicha violencia es avivada por un discurso de odio y agresión, consecuencia de la extrema polarización frente a ideas disidentes o prácticas que puedan «obstaculizar» ciertos intereses o agendas. En este escenario, la seguridad se torna ilusoria y la autoridad se ve impotente.
La violencia política no se restringe únicamente a los candidatos, sino que también alcanza a los periodistas. Hasta la fecha, lamentablemente, cinco comunicadores han tenido que refugiarse fuera del país, buscando resguardo ante el peligro inminente que amenaza sus vidas por el simple hecho de ejercer su profesión. Resulta inadmisible que una persona deba abandonar su casa en busca de seguridad debido a sus investigaciones y a la denuncia de los entramados del poder, la corrupción o la violencia.
El sombrío panorama de violencia política que se configura en el país no solo es resultado de la ausencia del Estado en los espacios de poder y orden, sino también del fracaso de la sociedad en mantener un diálogo político constructivo, lo cual se manifiesta con crudeza en el entorno digital, un terreno que lamentablemente se ha convertido en el caldo de cultivo para la proliferación de agravios y ataques, afectando irremediablemente la paz, la honra y el buen nombre de aquellas personas cuya única intención es la de plantear cuestionamientos, proponer soluciones o expresar sus opiniones.