Estimado amigo latinoamericano, o europeo, o norteamericano, no lo se. Pero le escribo a usted, allá en algún lugar que no es el Ecuador, para decirle que lo siento mucho por usted. ¿Y es que sabe? No todos tenemos la misma suerte. Ahora nos tocó a nosotros. Y sabremos ser humildes, aunque no agradecidos. Nos tocó a nosotros, no a ustedes, así que nada de envidiar por favor.
Este es nuestro momento, nuestro y de nadie más. Aquí, en este país donde nos ahogamos en lágrimas. En esta tierra de nadie que se agrieta, en medio de una borrachera de sangre grotesca e incomprensible donde se asesinan alcaldes, candidatos a la presidencia, policías, vecinos, hijos, hermanos. Sí, a nosotros nos tocó, y habrá que poner el pecho como corresponde. E imagino que, dentro de muchos años, los jóvenes nos preguntarán. Se nos quedarán mirando, deseando saber cómo fue, cómo nos dolió, como sangramos, como lloramos, como nos desesperamos, y cómo nos curamos.
Porque ninguno de los otros, de los que han poblado este Ecuador desde aquel lejano 1830 en el que nos fundamos, han tenido esta oportunidad. La de acompañarlo, a nuestro lindo país de niebla y garúa, en su hora más oscura, más impensada. En este momento en el que no tenemos más alternativa que reinventarnos y volver a comenzar. Y eso, tal vez, no haga sino dilatar nuestra leyenda.
Ahora nos toca probarnos hasta nuestro límite, demostrar de qué estamos hechos. Porque este castigo descomunal es para nosotros solos. Ahí vamos. Con nuestras viejas glorias a cuestas. Con el recuerdo lejano de nuestra isla de paz. A recorrer esos caminos que nos faltaban recorrer, aprender lo que nos faltaba aprender, a comprobar que la grandeza es un gesto.
Así que intenten no envidiarnos. Este lujo es para nosotros. Es nuestra prueba. Nuestro exquisito calvario. Porque si no, los que amamos al Ecuador, no tendríamos la oportunidad de seguirlo hasta el infierno y traerlo de regreso. Así que no nos envidien. Ahí vamos, tomados de las manos frente al abismo, con todo el dolor que ya tenemos, a juntar, a buscar, la paz que nos falta. (O)