Los asesinatos del alcalde Manta, Agustín Intriago, y el del candidato presidencial Fernando Villavicencio, el miércoles de la semana pasada, ambos ejecutados con la saña y brutalidad del estilo sicariato, nos conducen a la dolorosa conclusión de que la situación de la seguridad en el país ha sobrepasado los esfuerzos de las instituciones del Estado para controlarla y de que se debe establecer, de manera urgente y prioritaria, un estado de alarma general que permita movilizaciones de la fuerza pública acordes a los tambores de guerra que estamos viviendo.
La otra conclusión es que el “enemigo” está bien organizado, que no es débil, para nada, y que tiene infiltradas muchas estructuras del poder, del gobierno y aún de la fuerza pública y de la administración de justicia, y que esta organización y fuerza, mal que les duela a algunos cegatones, no ha sido lograda de la noche a la mañana y tiene sus bases, en perfecto orden cronológico y comprobable, en controversiales y delictuosas acciones tomadas por gobiernos anteriores.
Un paciente que se encuentra en cuidados intensivos, no puede ni debe ser tratado con paños tibios. Es indispensable afrontar su manejo con medidas realmente heroicas, con la concurrencia de grupos multidisciplinarios, con tecnología de punta, con equipos sofisticados y con decisiones firmes, sustentables en el tiempo y tendientes a lograr resultados efectivos en el corto, mediano y largo plazos. Por otro lado, es necesario que los movimientos políticos y sociales asuman su responsabilidad en la superación de la crisis. El país requiere, hoy más que nunca, unidad. Es hora de desechar el cálculo político, sobre todo aquel cálculo demagógico, mezquino, dañino, estéril, que no abona en nada para el control o la solución de los problemas, sino que más bien empeora la situación y pone en tela de duda el grado de vinculación de ciertos partidos con el crimen organizado y las bandas narco-delictivas. No permitamos que el execrable crimen con el que se cegó la vida de Fernando Villavicencio, represente una ganancia para nadie. Que se convierta en una oportunidad para la patria. (O)