Cada elector, cada candidato, cada grupo político, los aún indecisos, los apáticos, los escépticos, sacarán sus propias conclusiones tras el debate entre los aspirantes a dirigir los destinos de la República durante un año ocho meses, sí, solamente durante este lapso.
Si los ecuatorianos querían saber el rumbo de la dolarización, puesta en duda por un sector político; sobre cómo enfrentarán la crisis financiera del IESS; los altísimos desembolsos para pagar a los multilaterales en los próximos tres años; el déficit fiscal; los cada vez menos ingresos al Estado; la ausencia de inversiones extranjeras a causa de la inseguridad social y jurídica y de la perenne inestabilidad política, se quedaron en ascuas.
Claro, la gente quiere soluciones a sus apremiantes necesidades y preocupaciones del día. Por ejemplo, seguridad, trabajo, salud. Bien, pero todo esto y otros problemas más pasan por tener recursos económicos disponibles. ¿Los hay?
Para los presidenciables, la inseguridad parece ser únicamente un caso de delincuencia común, es decir, tan fácil de enfrentarla con unas cuantas medidas, balas, dialogando con los más buscados o construyendo más cárceles.
Ninguno de ellos, al referirse al tema seguridad, osó hablar de las grandes mafias del narcotráfico, enquistadas desde hace muchos años en el Ecuador, habiendo metido sus garras en las entrañas mismas del Estado.
Claro, en una lid electoral el objetivo es ganar, y para esto todo vale; todo problema resulta fácil de resolverlo, como si todo dependiera de ellos, de su sola voluntad.
Si la intención fue posicionar sus propuestas cumbres, por ejemplo en cuanto a seguridad, quedaron debiendo los cómo y de dónde; igual los relacionados la difícil situación económica del país, cuyo presupuesto general lo heredarán del Gobierno actual.
Por lo demás, un debate en el cual primó la vaciedad, lo cantinflesco. Elucubrar sobre quien lo ganó no viene al caso.