No sé si Usted se ha fijado, pero existe una extraña correlación entre los países petroleros y los logros conseguidos en cuanto a libertades, democracia y desarrollo. Y no, no es algo positivo. Al contrario, si arma la lista, en la que junto a Ecuador y entre otros, podríamos mencionar a Angola, Arabia Saudí, Kuwait, Irak, Argelia, Irán, Sudán, México, Nigeria o Venezuela, podrá encontrar un factor común de violencia, totalitarismo y profunda corrupción. Una lógica en la que el famoso “oro negro”, regalo de la tierra, parece convertirse en una maldición para su pueblo y una catástrofe ambiental.
En verdad ¿existe acaso algún ejemplo de una nación petrolera que haya conseguido el desarrollo integral de su pueblo? Pues, sin aventurar una respuesta absoluta, si tal país existe, será una rara excepción, dentro un largo abanico de naciones que, como la nuestra, aprendieron a vivir del dinero fácil que brota de las entrañas de la tierra, descuidaron sus espacios de desarrollo; y hoy sufren la triste dependencia que perpetúa la pobreza, la inequidad y el subdesarrollo.
Y esta reflexión es ahora más importante que nunca. Ahora que un contundente 60% de los ecuatorianos ha decidido frenar la explotación petrolera en el Yasuní. Ahora que nuestro petróleo, de muy pobre calidad, es castigado con un histórico descuento de USD 12 por barril; ahora que nos pagan menos que nunca y estamos cada vez más lejos de los USD 65 contemplados en el Presupuesto General del Estado; ahora que la producción se ubica en 470.000 barriles diarios, la cifra más baja en dos décadas y con proyección a seguir bajando tras la consulta popular; ahora más que nunca debemos repensar nuestro modelo de desarrollo y aprovechar cada espacio, cada pequeña oportunidad para cambiar, crecer y evolucionar a una economía del conocimiento, la manufactura, el servicio y la tecnología.
Y es que los hechos son innegables, bien porque las nuevas tecnologías harán que el petróleo vaya perdiendo valor o bien porque se agoten nuestras reservas; el Ecuador del futuro, el de nuestros hijos, ya no será un país petrolero. Y eso plantea un desafío monumental: aprender o desaparecer… (O)