Y si, es inevitable, en la cornisa del décimo mes del año (curiosamente llamado octavo-october-octo-ocho-octubre), me pregunto de vuelta, otra vez entre el día del escudo y la noche de brujas; ¿cuál es el objetivo? ¿Qué celebramos, conmemoramos o fomentamos?
El civismo no se conmemora: se inculca, se motiva, se practica y, sobre la práctica, se enseña; así como los símbolos patrios que no se festejan: se conocen, se respetan, se honran, si, claro que si, por supuesto que sí, se honran con honestidad, trabajo, eficiencia, eficacia y, por supuesto, solidaridad con la patria y sus hijos.
El 31 de octubre, más allá del marketing y la economía, la noche del Halloween es un producto dinámico que nace de una antigua tradición celta que, con semejanzas y diferencias, se conmemora en todas, casi todas, muchas o casi muchas, culturas ancestrales alrededor del globo.
Entre el equinoccio de septiembre y el solsticio de diciembre, entre el 31 de octubre y el 02 de noviembre, los pueblos ancestrales, alrededor del mundo, ubicaron un rito dedicado a la muerte y la conmemoración de la vida, la noche de los ancestros que nos visitan y, por un momento, caminan entre nosotros.
Entre el Sanhaim celta, el día de los muertos mexicano, el mimetismo cristiano que nos convoca al celebrar día de los difuntos, la fiesta del 31 de octubre es una fiesta llena de contenidos propios, importados, sincretizados, incorporados y reinterpretados que vinculan, encadenan y generan sociedad y economía.
Los símbolos patrios no se mercantilizan, se honran y respetan desde el esfuerzo para construir una sociedad solidaria, transparente y justa; lo que demanda investigar, conocer la historia y el origen de las tradiciones: sus contenidos primarios y sus líneas de intersección con otras culturas y visiones; las traiciones, como la cultura, se nutren incorporando nuevos elementos que las fortalecen y adaptan en cada tiempo, en todo caso hay que recordar, entender o reconocer que Halloween es tan importado como el jean o la corbata… (O)