Más de 3 disparos se escucharon en la plaza Dealey ese 22 de noviembre de 1963, cuando mataron a John Kennedy presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Lo cercaron en un operativo militar conocido como triangulación en que desde 3 grupos diferentes de aproximadamente 3 personas cada uno dirigidos por un inspector general con la potestad de pararlo o dejarlo continuar, como finalmente pasó, se dispara a un objetivo en movimiento. Sólo en “campo” hubo al menos 10 personas activas (léase asesinos preparados acostumbrados a la ley del silencio por miedo o adoctrinamiento) o conspiradoras, pero tercamente, el Gobierno estadounidense ha porfiado durante décadas que hubo un solo tirador y que su muerte no benefició a nadie ni económica ni políticamente y que tampoco fue por venganzas ni ajuste de cuentas. Pero, nótese el cinismo, el mundo deberá esperar hasta el 2038 para saber la verdad, 75 años después del magnicidio.
Muy lejos de allí y varios años después, en una de las tantas noches sin luz y sin esperanza, en las pampas bolivianas, donde se guarecía lo que quedaba de la maltrecha guerrilla (harapienta, desnutrida, desmotivada, hambrienta, sedienta y diezmada) su jefe, el Che Guevara, contó un secreto que todo el mundo se preguntaba (y todavía lo hace) y que el estado norteamericano se niega hasta hoy a revelar: los verdaderos asesinos de John Kennedy, 35o presidente estadounidense y uno de los dos más jóvenes que ha gobernado esa nación.
Según el periodista investigativo español Juan Benítez, Guevara reveló algunos sucesos que sólo una élite en el mundo veía que involucran a estados protegidos por otros estados llamados mini estados. El fusilamiento del Che calló a alguien que quizá sí sabía de uno de los crímenes estatales públicos más escandalosos y crueles. Y con él también se van la verdad de la desaparición de Camilo Cienfuegos, primer comandante del ejército Rebelde cubano e incidencias desconocidas de la Crisis de los Misiles, de octubre de 1962. (O)