Si alguna vez han saludado con entusiasmo a alguien, sólo para darse cuenta de que no es su amigo, sino un completo desconocido, bienvenidos al mundo de los miopes y despistados, donde reconocer caras puede ser una aventura llena de encuentros no planificados que poco a poco nos hacen dominar el arte de hacernos los disimulados.
Algunas investigaciones arrojan luz sobre este dilema, la prosopagnosia (Duchaine y Nakayama, 2006), comúnmente conocida como ceguera facial, es una afección en la que las personas tienen dificultades para reconocer caras, lo que a menudo provoca incomodidad social y malentendidos. Aunque no todo el mundo experimenta ceguera facial, los lapsus ocasionales en el reconocimiento de las personas son sorprendentemente comunes.
Para quienes somos miopes y despistados, las interacciones sociales pueden parecer un juego de adivinanzas, en las que para no ofender a nadie respondemos saludos que no se dirigen a nosotros, saludamos a desconocidos y eventualmente conocemos gente nueva.
Identificar mal a alguien entre la multitud o confundir a un compañero de trabajo con un pariente lejano, a un excompañero, con un exalumno, o un peor aún, con un exnovio, se convierte en una comedia de errores involuntaria.
Solución aparente para este dilema no hay, así es que mejor tomemos con humor esos momentos de confusión de identidad y convirtámoslos en rompehielos. Al fin y al cabo, estos incidentes pueden dar lugar a conexiones inesperadas e historias divertidas; además, no tomemos como algo personal si no nos reconocen, doy fe de que es algo involuntario, proporcionar nuestro nombre y dónde nos conocimos o la relación que tuvimos ayuda a superar el momento incómodo dentro del diario baile social. (O)
@ceciliaugalde