Los mercados populares son el resultado de significados sociales que comparten un conjunto de valores y creencias. Estos equipamientos colectivos, articulan el tejido social urbano-rural, pero también refuerzan los componentes simbólicos y la (re)producción de memorias colectivas, creando lazos interpersonales basados en la práctica común de la compra y venta. Es decir, este fenómeno no se limita solo a lo material sino también a lo cultural, ya que les une un fuerte lazo de identidad y pertenencia, que se refuerza con las prácticas y circuitos comerciales del convivio cotidiano.
Por lo tanto, los mercados se convierten en un reflejo de las prácticas, costumbres, tradiciones, creencias e idiosincrasia de los pueblos y, como patrimonio vivo, sirven para reconocer la diversidad de la identidad, incluso, mucho más que los museos o los conciertos.
En este contexto, los mercados son los responsables de crear lazos sociales y económicos, de evidenciar la cultura local, las maneras de negociar, de interactuar, de mantener la herencia alimentaria y, a su vez, de generar redes interpersonales mediante las estrategias comerciales que construyen significados.
A pesar de que hay nuevos tiempos y nuevas formas de consumo, las prácticas en los mercados, el trato al público, las expresiones del folklore que elogian y cautivan a quienes los visitan, siguen recordándonos esa cohesión social y espacial que representa un patrimonio vivo de saberes. De ahí que, los mercados deben ser comprendidos como escenarios de interacción humana, de resguardo de la conservación y resistencia cultural, frente a los efectos homogeneizadores propios de la globalización, de la modernidad y de los desplazamientos humanos que impiden apreciar la valía del patrimonio material e inmaterial de sus pueblos. (O)