Los ecuatorianos, lamentablemente no todos, están en estado de shock tras conocer los alcances, involucrados, potenciales ramificaciones, causas y efectos posteriores, derivados del caso “Metástasis”, ejecutado por la Fiscalía con apoyo de la Policía Nacional y de un juez.
Sin ese aval era imposible la magnitud del operativo, la detención de varias personas, entre ellas la del presidente de la Judicatura, de varios fiscales provinciales, jueces y exjueces, un exgeneral de la fuerza pública y del exdirector del SNAI.
Del Ecuador se ha apoderado el peor de los cánceres: el narcotráfico y todas sus otras acciones criminales. Su poder destructivo se expande por todo el cuerpo de la República.
¿Se le puede considerar un narcoestado? ¿Está bajo el imperio de la narcopolítica, de la narcojusticia y la narcoimpunidad, estas dos últimas enquistadas en parte de la administración de Justicia y la Legislatura?
Si lo visto, palpado y reconfirmado, en especial por los “peces gordos” involucrados en el operativo, reconociéndoles incluso el derecho a la presunción de inocencia – probarlo se les hará cuesta arriba – no indigna a los ecuatorianos de a bien, no los despierta del letargo impuesto por el miedo u otras razones, se habría tocado fondo.
El Ecuador vive su hora más oscura. Está próximo a ser considerado entre los diez países más violentos del mundo; el principal “exportador” de droga, el paraíso de los grandes carteles del narcotráfico.
Si esto no despierta la conciencia cívica y ética de la población; no la moviliza; si el gobierno recibe con tibieza el trabajo de la Fiscalía, no revisa ciertos nombramientos en materia de seguridad, aun su entente en busca de una pretendida gobernabilidad cuyo real interés comienza a salir, siendo otra prueba clara y vil a la vez, haber alertado sobre el operativo, el país está sin brújula.
El Ecuador no merece seguir en ese estado de rápida podredumbre institucional.