En esta ciudad la gente hace lo que le da la gana. ¡No pasa nada! Ponga palos, piedras, jabas de biela, llantas, el cartón del Noboa, lo que se le cruce por la vista. Obstaculice el servicio público, pero tranquilo, usted puede declararse en resistencia y tiene derecho a complicar la vida del resto de los ciudadanos. Al final, que le valga tres atados de gabardina.
A ver. Lo que digo es con sarcasmo y eso era lo que quería para llamar su atención. Pero la plena, me tiene hinchado mirar cómo la gente protesta por alguna vaina y se pegan con el transporte público. No es la primera vez que bloquean la ruta del tranvía y friegan a los usuarios que urgen por llegar a las escuelas, trabajos, citas médicas o toparse con algún vacile.
Y es que el tranvía se ha convertido en una especie de cuchimbolo público. Si no me cree, mire videos y dese cuenta como los abuseros, perdón, los buseros se cruzan la luz roja y chocan con ese lindo trencito, como si nada. Los siempre destacados y respetados taxistas también se van encima del chucu, chucu. Se meten por los carriles exclusivos y lo embisten. Luego quieren “arreglar” con unos diez dólares, como algunitos están malacostumbrados.
Al pobre tranvía le pasa de todo. Hace unos meses se quedó atrapado por las inundaciones. Los conductores de ese aparato pasan con el corazón en la boca. En cada semáforo se ponen a temblar porque siempre hay un salvaje en moto, carro o bicicleta que intenta ganarle y pasar por delante. Tarea de vivos. Cuando les pasan la facturita empiezan con los lamentos y amarguras.
La verdad, nos toca aprender mucho para convivir con el tranvía. Ese juguetito caro, lo pagamos nosotros con nuestros bolsillos. Costo años ponerle en operación. Si tienen algún problemita con las decisiones de las autoridades, vayan a buscarlos en las oficinas, pero no jodan el día a la gente. ¡Poquito de empatía mijines! (O)