Sin ser jinete apasionado sino aficionado a los caballos cuando niño, sé lo que es perder los estribos y por tanto el control sobre el animal; asimismo, en sentido figurado, sé lo que es perder la paciencia con otros animales y dejarse llevar por bajos instintos o sentimientos, mostrando una actitud impropia y fuera de todo comportamiento racional, lo que lleva a consecuencias impredecibles. Mas, la educación y la cultura que uno recibe de la cuna a la tumba, hace que retomemos los estribos y actuemos con madurez y distinción.
Si esto es recomendación para cualquier ciudadano, es más para una autoridad o un líder, en quienes la comunidad se ve reflejada. Desgraciadamente nuestra sociedad ha contado con personas de poca circunspección que, al llegar a poltronas de alta envergadura piensan que ya están en el Olimpo en donde deben ser idolatrados y obedecidos, cualesquiera que sean sus antojos, si buenos o malos. Ningunean a todos aquellos que no los reverencian o peor si los critican, sin advertir que su función es perentoria y no eterna. Por adulones, pierden los estribos.
Respetadas autoridades: dignifíquense con vuestras composturas. La cortesía es un estilo de comportamiento que, si uno se empeña, se puede llegar a aprender. Su nombre deriva de la “corte” y una corte en sentido lato es el “lugar en donde habita el rey y su séquito”, por extensión, donde reside un presidente, un alcalde o un prefecto, cuyos dirigentes deben guardar una exquisita conducta, la cual avale su inteligencia, juicio y decoro para un ambiente de armonía y bienestar. Resuene en sus mentes que ¡sólo respetando serán respetados!
Las normas de cortesía nacieron en las cortes y fueron imitadas en los palacios, las alcaldías y las prefecturas para ser honra y prez de sus gobernados. Las reglas elementales son muy simples: alabar lo bueno de los otros, suprimir los reproches, dar importancia al prójimo y prestarle atención. Todo lo que vaya en contra de estos preceptos es irse en contra de las buenas maneras, de la buena conducta y del respeto a los hombres y a las instituciones.
¡Qué vergüenza y qué bochorno la incultura! No pierdan los estribos autoridades y líderes, consideren que los zotes y groseros pierden confianza e inspiran desprecio; por contra, los sosegados y gentiles son estimados y respetados. Todo ofensor y todo ofendido consideren que la estupidez, la prepotencia y la incultura son fuerzas que los estigmatizan y, lo peor, denigran a la ciudad de su administración. (O)