María Rosa Crespo Cordero -mi profesora, mi amiga, mi colega- en verdad, dejó un jardín inconcluso, tal como reza el libro presentado en la Universidad de Cuenca, por la periodista Ana Abad, como un justo homenaje a la escritora y maestra cuencana.
¡Mujer de elevados valores intelectuales y personales! ¡Muchas ventanas quedaron abiertas, sin cerrarse! Su palabra precisa y certera brilló en sus publicaciones, bien como articulista en El Mercurio o en sus distintos libros que serán su legado y conservarán su memoria: Tras las huellas de César Dávila (1980), Estudios, crónicas y relatos de nuestra tierra (1996) y Estudios literarios y culturales (2017).
En María Rosa Crespo se registran, a lo largo de su prolífica existencia, tres inquietudes fundamentales: la dimensión académica y sobre todo su preferencia por la literatura, su inclinación por la actividad física -ella cuidó siempre su figura esbelta y distinguida- y finalmente, su dedicación a la cocina: sus quesadillas, sus pastas de queso y su pan cuencano fueron elaborados con particular esmero.
Tres dimensiones que se complementan en su recia personalidad, articuladas siempre por su percepción psicológica de las personas ubicadas en su entorno, capaz de interpretar sus miradas y de leer sus manos, a través de los rasgos que la quiromancia aportaba. María Rosa ha dejado una huella indeleble y un jardín inconcluso que habría fructiferado sin límites. ¡Por siempre, recordaremos a María Rosa Crespo, mi profesora, mi amiga, mi colega! (O)