¡”Qué atropello a la razón”!, es una parte de la letra del tango Cambalache, y que calza perfectamente en este momento con las declaraciones del dictador venezolano, quién, aupado por sus privilegiados cortesanos y por las sumisas fuerzas armadas de su pais, ha “hecho” aprobar una ley por “su” asamblea legislativa, llamada, demagógica e irónicamente, ley contra el fascismo, a través de la cual, ni corto ni perezoso, y como casi siempre, sin escrúpulos de ninguna especie, declara fuera de ley a todo aquel movimiento o agrupación que piense diferente a lo que “piensa” el oficialismo. Establece, la “ley de marras”, penas de hasta 12 años de prisión a quienes se opongan a los lineamientos del gobierno o efectúen actos en su contra, controla los medios de comunicación, autoriza la conformación de tribunales populares para juzgar a los transgresores de la ley, etc.
No fue suficiente el manipular desvergonzadamente una sentencia para que la candidata más fuerte de la oposición venezolana no pueda participar en ninguna elección por los próximos quince años, sino que, en su afán de “asegurar” su reelección, ha lanzado la ley contra el fascismo y, como si todo esto fuera poco, se encuentra azuzando un conflicto con la Guayana Holandesa, por un conflicto territorial “ideado” por su mente febril y que le va a servir, como no, para mantener al electorado de su lado en un posible enfrentamiento con el pais vecino, ¿por qué el gorilón caribeño no reclamo los supuestos territorios que hoy reclama, cuando recién asumió la presidencia de Venezuela, hace más de 10 años?
¡Qué pena por la hermana Venezuela! Sumida hoy en la inflación más alta de los países latinoamericanos, con elevados índices de violencia e inseguridad, con un gobierno irrespetuoso de los derechos humanos y, sobre todo, con la inmigración más alta e inconcebible de su historia. Las calles y las plazas de Colombia, Ecuador, Perú y Chile, las calles de Nueva York y las selvas del Darién, son los testigos mudos de lo que puede ser capaz un gobierno enceguecido por la fatuidad del poder y dispuesto a todo bajo la obsesión de controlarlo. (O)