“Respira profundo y cuenta hasta 10” es tal vez el mejor consejo que nos podemos dar a nosotros mismos en momentos de frustración o conflicto, sobre todo cuando tenemos la tentación de dejar salir nuestra ira, pensando que al desahogarnos nos sentiremos mejor. Un reciente artículo (Kjærvik y Bushman, 2024) que analiza 154 estudios sobre la ira y su manejo concluye que esta no es la mejor manera de manejar la ira, la clave no está en dejarla salir, sino en tranquilizarse. En palabras de estos autores, los resultados apoyan la idea de que bajar la llama es lo que realmente disminuye el calor. Queda claro que controlar la ira implica bajar el ritmo cardíaco, no subirlo, por lo tanto, relajarse es la verdadera solución para reducir la ira y mantener la paz interior.
Carol Tavris, en su libro «Anger: The Misunderstood Emotion» (1989), argumenta que expresar la ira de manera explosiva no solo es ineficaz, sino que puede ser perjudicial. Tavris manifiesta que la idea popular de que desahogar la ira es saludable es un mito. En realidad, dejar que la ira se desborde puede reforzar patrones de comportamiento agresivo y aumentar la probabilidad de conflictos futuros.
Técnicas de relajación, como la respiración profunda, la meditación y el mindfulness o atención plena, son herramientas efectivas para bajar el ritmo cardíaco y reducir la ira. Estas prácticas no solo calman el cuerpo, sino que también permiten que la mente se centre y se recupere del estrés. Además, el ejercicio físico moderado, como el yoga o una caminata tranquila, pueden ser una excelente manera de liberar la tensión acumulada sin recurrir a la agresión. Así pues,
el verdadero control de la ira no está en elevar el conflicto, sino en encontrar la serenidad dentro de nosotros mismos. (O)