Literatura escrita por mujeres en el Ecuador: raíz y proyección (I)

Aníbal Fernando Bonilla

La literatura ecuatoriana a lo largo del tiempo -por diversos motivos- no ha contado con una difusión universal -salvo casos excepcionales- a diferencia de otras literaturas, como en nuestros países vecinos: Colombia y Perú. Tal ostracismo literario se ha profundizado aún más respecto del aporte de las mujeres en dicho campo. Situación que tiene su origen desde siglos atrás. No obstante, esto no es óbice para resaltar en la actualidad esta significativa contribución.

Así, tenemos en el siglo XVII, a tres nombres fundacionales: Teresa de Jesús Cepeda (1566-1610), sor Gertrudis de San Ildefonso (1652-1709) y sor Catalina de Jesús Herrera (1717-1795), quienes, según Michael Handelsman, fueron las primeras narradoras del suelo ecuatorial, desde un contenido místico y de carga religiosa. Ellas se interiorizaron en un régimen espiritual dedicado a los designios divinos, que a su vez se plasmaron en sus escritos con el uso de un castellano castizo, que indujo a una mirada redentora, tras la angustia que demandaba para aquel momento la convivencia austera puertas adentro de los conventos, contando con la mirada vigilante de sus superioras.

La circunstancia histórica de la época conllevó a una marcada segregación social, como efecto de la conquista española y su posterior dominio de las tierras americanas. Esto, acarreó a que las estructuras sociales se vean constreñidas en la mujer a su rol doméstico y de ama de casa, justificado desde un machismo exacerbado, a la par de la presencia jerárquica masculina en las instancias del poder, ya sea político o económico (cuyo eje se concentraba en la Real Audiencia de Quito). Considerando además las mínimas posibilidades de acceso a la instrucción formal, reservado para los hombres, especialmente, de casta pudiente.

Con esto, las desigualdades quedaban demarcadas incluso con normativa legal y administrativa. Los privilegios eran para quienes provenían de abolengo peninsular, así también, para quienes se autodenominaban criollos, quedando en la división sociológica, como último peldaño, las comunidades originarias o indígenas, mal llamada servidumbre. No muy lejos de este trato clasista y despótico, se hallaban también las mujeres, ajenas al goce del intelecto, el arte y las diversas manifestaciones culturales. Con lo cual, el ejercicio literario también se advierte restringido. (O)