La inexperiencia política, fijarse como meta principal la reelección, creerse vocero de sí mismo, no saber callar cuando el caso lo amerita, y cuando habla medir el alcance de las palabras, de los juicios de valor, o vanagloriarse por los resultados favorables de las encuestas, le pueden pasar factura al Presidente Daniel Noboa.
Inaccesible para la prensa ecuatoriana; de alguna manera ignorarla, salvo contadas excepciones, Noboa se muestra abierto a los medios internacionales, a través de los cuales ha hecho declaraciones cuyo contenido le ha traído más de un revés político y hasta diplomático.
No de otra forma puede considerarse las dadas al periodista Jon Lee Anderson, de la revista The New Yorker, sobre todo los calificativos endilgados a varios mandatarios de la región.
El contenido de la crónica periodística, en especial los temas abordados para saber cuánto hace su Gobierno para resolver los principales problemas del Ecuador, quedaron opacados por el revuelo de tales expresiones, vendibles a audiencias siempre ávidas por el escándalo.
No hayan sido dichas para mantenerlas “in off”. Tampoco habrán sido el meollo de la entrevista; pero, por su contenido, han causado un efecto contraproducente.
Tal efecto explosivo se siente dentro del país. Y cómo no lo va a ser si estamos en la antesala de la campaña electoral; si, de todas maneras, Noboa aún mantiene un amplio apoyo popular. Impedir su pretendida reelección es la bandera de lucha de sus contrincantes, hasta hace poco aliados suyos, y supuestamente enemigos entre ellos.
La Asamblea Nacional, el epicentro de la lucha política, parece haber desbordado hasta su capacidad de asombro. Ha pedido a Noboa retractarse de las expresiones vertidas contra varios mandatarios, entre los cuales figuran coidearios ideológicos de algunos movimientos políticos.
Saber comunicar no deja de ser un arte. Requiere también de asesoramiento. El Presidente debe saberlo.