En las vías del Ecuador, hasta pueden echar mano de la inteligencia artificial para evitar accidentes de tránsito, pero estos seguirán ocurriendo si entre los conductores – no importa su categorización – no hay una auténtica “cultura de manejo”.
Vale el contrasentido para ilustrar los siniestros viales, la mayoría ocurridos a causa de la impericia, sobre todo de la irresponsabilidad de quienes se ponen frente al volante de un vehículo y creen ser conducidos, hasta ellos, por la máquina.
La tragedia sucedida el lunes anterior no puede sino enmarcarse en la poca o nula responsabilidad. A quien, en su sano juicio, se le puede pasar por la cabeza llevar ocho pasajeros en un vehículo pequeño, invadir el carril contrario y, en un aparente “toreo” al intuir el peligro, darse de frente con un bus cuya velocidad no pudo ser menor a los 100 kilómetro por hora; y así sea a 80.
El saldo: seis muertos y dos heridos de gravedad. Seis vidas perdidas, entre ellas las de tres niños.
El escenario: la Panamericana Sur, a la altura de las parroquias Tarqui y Cumbe. No es el primer accidente fatal, y, con seguridad, tampoco será el último, si bien lo quisiéramos.
En esa vía y en esos tramos, desde la salida de Cuenca, el tráfico se ha vuelto altamente riesgoso por la cantidad de vehículos de toda cilindrada, la cantidad de curvas, la proliferación de negocios y comercios, las fiestas durante los fines de semana con predominio del alcohol, más el detonante mayor: el exceso de velocidad, el irrespeto a las señales de tránsito, con la mente pendiente del celular y de creerse semidioses al volante.
Tras cada tragedia vienen las mismas quejas, los mismos reclamos e iguales lamentaciones. Pero nada cambia. Y si algo cambiara, si los choferes persisten en su irresponsabilidad, hasta en su falta de amor por su propia vida y la de los demás, nada, absolutamente nada resultará efectivo.