El mundo está expectante por conocer los resultados de las elecciones en Venezuela, bajo dominio chavista por casi 25 años.
Basados en encuestas y en otros indicadores sociales, cuando no por el hastío generado por el actual gobernante, Nicolás Maduro, muchos se atreven a creer en la victoria del opositor Edmundo González Urrutia.
Sin embargo, por los antecedentes de pasadas elecciones, persisten las dudas de si las elecciones a efectuarse este domingo serán transparentes, si se respetarán los resultados.
Maduro, presidente desde hace doce años, busca la reelección por otros seis. En estos días previos dio señales de intemperancia y hasta amenazó sino no se cumple su objetivo dictatorial.
Con las Fuerzas Armadas a su favor, ideologizadas bajo la bandera del Socialismo del Siglo XXI, y prácticamente cogobernantes, más el control de otras instituciones del Estado, como el Consejo Electoral, el miedo inculcado a la población, alienada a fuerza de propaganda, nada es confiable en un país sumido en la extrema pobreza, la corrupción, sometido al embargo económico internacional, y la masiva huida de algo más de 7.5 millones de habitantes.
El fin, sometido durante casi un cuarto de siglo al yugo chavista, durante el cual la democracia es una caricatura; igual las demás libertades.
Presidentes de varios países latinoamericanos de la misma línea política de Nicolás Maduro han reprochado sus amenazas. Y no es para menos, pues en democracia debe respetarse la voluntad popular.
De ganar la oposición, no le será fácil devolver la esperanza a un pueblo subyugado, reconstruir un país casi en soletas, automarginado internacionalmente a causa de la prepotencia y capricho de un gobernante y de su feudo político.
En esta hora crucial corresponde a los venezolanos determinar el futuro de su patria. O seis años más de Chavismo y más de lo mismo, o un cambio radical.