Un cargo como el de Presidente de la República debe honrar a quien lo ostente.
Pero si un Presidente no honra su cargo ocurre o puede ocurrir lo peor. Y en eso radica gran parte de su reto, sino todo.
Por la maraña de partidos y movimientos políticos, casi la mayoría sin mayor sustento ideológico, escoger al candidato a la primera magistratura se ha vuelto un camino cuesta arriba.
Por esa y otras razones asistimos a una especie de feria libre de candidaturas o precandidaturas, de intentos de alianzas antinatura; en otros casos de personas listas a prestar sus nombres, o de esperar la decisión irrefutable del dueño y gerente a la vez del partido o movimiento; y hasta de “contratar” a algún conocido por el solo hecho de declarase salvador, un sabelotodo, de haber liderado una revuelta sangrienta o de considerarse un Mesías.
Con seguridad, se volverá a tener una papeleta con diez o más presidenciables, una clara señal de tomar la candidatura como algo aleatorio, para satisfacer el ego, y hasta pensando en ser favorecido por un golpe de suerte.
Urge preguntar a los actores políticos sin de verdad tienen candidatos de fuste, con talento y liderazgo para convertirse en estadistas, listos y preparados para coger el timón de un barco, si no a la deriva, sí a punto de estarlo.
Y, como ya lo anotamos, listo para honrar el cargo, no para sentirse honrado con él.
Claro, también depende del entorno, de los financistas de la campaña, de los intereses casi siempre subterráneos, en especial de cuanto prometa basado en la realidad del país, sin cabida para la mentira y la demagogia.
Los problemas del Ecuador son bárbaramente complejos, comenzado por una Constitución cuya reforma o sustitución son urgentes.
El número de candidatos o precandidatos es reveladora muestra de cómo se toma a la ligera aquel cargo, se lo ha devaluado, y esto es responsabilidad de partidos y movimientos, cuando no del marco jurídico electoral.