El ejemplo arrastra

David G. Samaniego Torres

Un tema bastante complejo si lo tratamos con franqueza y libertad, sin resquemores ni temores.  Quienes son elegidos alcaldes, gobernadores, ministros de estado, presidentes de una nación, legisladores, rectores, etcétera, tienen en sus manos obligaciones y oportunidades para construir una nación. Subrayo, a más de oportunidades, tienen obligaciones que deben cumplir para satisfacer la razón de ser de una autoridad.

Fui maestro de escuela, colegio y universidad: esa fue mi ilusión, mi vocación y mi ocupación.   Tuve muchos alumnos a quienes estaba obligado a dar ejemplo de cumplimiento de mis obligaciones y a su vez, exigir de ellos el aprendizaje gradual de cómo modificar conductas y racionalizar procederes. Exalumnos que hoy tienen algo más de sesenta años me recuerdan y saben que la puntualidad fue una de mis obsesiones.

No existe un término medio para la puntualidad: somos o no somos puntuales. Apenas, casi, por poco, con un minutito, etcétera, no existen. Se es o no se es puntual.  Toda simplona excusa, de quien se torna amigo de la desfachatez, manifiesta carencia de valores.  Les cuento algo personal: del rincón de mis recuerdos.

Un buen día el colegio Espíritu Santo, de Guayaquil, cambiaba de abanderado. Invitado de honor, un amigo personal, el señor vicepresidente de la República, doctor Blasco Peñaherrera Padilla. Iniciamos la ceremonia, acorde con lo programado, a las ocho de la mañana, sin la autoridad.  Nuestro invitado llegó luego de veinte y tres minutos por un retraso de su vuelo procedente de Quito. En su alocución, el señor vicepresidente felicitó a la institución por su puntualidad. Fue una lección para todos. Todos aprendimos algo vital.

El lunes de esta semana, en Salinas, se firmaron contratos de obras públicas con la presencia del presidente de la República, el Alcalde de la ciudad y el Gobernador de Santa Elena. Los moradores fuimos convocados para las nueve y media de la mañana. Me retiré, bastón en mano, a las once. Mientras retornaba a casa divisé motos, camionetas, carros con vidrios opacos, personal armado, etcétera. En ese tumulto carrozable, me cuentan,  llegaba el señor Presidente.

Gracias por las obras para La Península. Me pregunto: ¿las firmas de contratos o la recepción de fondos, cuando son obligaciones, deben celebrarse, de este modo, ocasionando costos, inseguridad, pérdida de tiempo y un ‘caos organizado’? ¿Acaso nuestras autoridades no tienen en qué emplear mejor su tiempo y nuestro dinero? (O)