Sarepta, que significa “lugar del horno de fundición”, fue una ciudad fenicia situada entre Tiro y Sidón, la tercera mayor ciudad del Líbano.
Elías era un profeta de la aldea de Tisbé, en Galaad. Fue y le dijo al rey Acab: «Vengo de la presencia del Señor viviente, el Dios de Israel. Por su poder, te aseguro que ni lluvia ni rocío caerán en los próximos años, hasta que yo dé la orden». Y así ocurrió: durante tres años y medio no cayó lluvia, y la pobreza y el hambre azotaron todo el territorio.
Como no había lluvia, después de un tiempo se secaron todos los arroyos. Elías fue conducido a Sarepta, en Sidón, al lugar donde vivía una viuda. Al entrar por la puerta de la aldea, ella estaba juntando leña para el fuego. Elías le dijo: «¿Podrías traerme un poco de agua para beber y un pedazo de pan, por favor?». Ella respondió: «Te aseguro ante el Señor tu Dios que no tengo pan. Solo me queda un poco de harina en el recipiente y un poco de aceite de oliva en la jarra. Hoy vine a juntar dos leños para hornear en casa la última comida que nos queda. Mi hijo y yo la íbamos a comer para luego dejarnos morir de hambre».
Elías le dijo a la mujer: «No te preocupes. Ve y haz la comida que dijiste, pero primero hazme un panecito con la harina que tienes y tráemelo. Después cocina para ti y para tu hijo. Te aseguro que ese recipiente de harina nunca se terminará ni se agotará el aceite, y así continuará hasta que el Señor mande lluvia a la tierra».
Entonces, la mujer hizo lo que Elías le había dicho, y tanto él como la mujer y su hijo tuvieron suficiente comida por mucho tiempo, tal como el Señor había dicho por medio de Elías.
Es un hermoso pasaje bíblico, escrito en el Libro de los Reyes, que nos enseña la importancia de la solidaridad, la hospitalidad y la generosidad, incluso con lo poco que se tiene. Un mensaje oportuno para todos nosotros en este prolongado estiaje, donde los cultivos escasean, las plantas y las hortalizas se secan, el ganado y las aves ya no tienen alimento.
«La lluvia es gracia, es el cielo que desciende a la Tierra. Sin lluvia, no habría vida», nos dice el escritor y novelista John Updike, recordándonos la importancia de valorar y cuidar nuestras cuencas y ríos, alzando los ojos al cielo. (O)