En su libro “Éxodo hacia el mundo virtual”, Edward Castronova plantea que hemos iniciado la mayor migración de la historia, ya que nos estamos desplazando en masa hacia el mundo virtual. Nuestros cuerpos pueden estar aquí, pero nuestra atención se encuentra en un espacio digital.
Es fácil ver por qué pasa esto, el mundo digital ofrece una realidad alternativa sin barreras físicas. Redes sociales, videojuegos y realidades virtuales ofrecen espacios ilimitados donde la distancia geográfica no existe, el tiempo parece fluir de manera distinta, y las interacciones humanas ocurren con una inmediatez que sería imposible en el mundo real.
Según un informe de We Are Social, la persona promedio pasa más de 6 horas al día en internet. Y esa cifra sigue creciendo cuando muchas interacciones cotidianas que ocurrían en el trabajo, la escuela o los espacios públicos, ahora se dan en plataformas digitales, como reuniones de trabajo por Zoom, clases en línea y hasta relaciones románticas a través de aplicaciones de citas. Así, lo que alguna vez fue considerado un complemento a la vida real, ahora se ha convertido en su sustituto en muchos aspectos.
Parece que lo que estamos viviendo es el reflejo de la predicción de Jean Baudrillard, quien advirtió en su teoría de la simulación que la frontera entre lo real y lo virtual se volvería cada vez más difusa, algo así como un mundo donde lo virtual no solo refleja la realidad, sino que empieza a sustituirla.
Mientras nuestra atención se desliza hacia el mundo virtual, corremos el riesgo de desconectarnos de lo que nos hace humanos: la conexión física, el tacto, la interacción cara a cara. Si bien el mundo digital tiene muchas ventajas, también plantea la pregunta: ¿qué estamos dejando atrás? (O)
@ceciliaugalde