La sociedad actual tiene como epicentro la imagen de uno mismo. No es solo una sociedad digitalizada sino que esa digitalización tiene como principal función la ratificación permanente de nuestra propia forma. Pero quizá sea un rasgo de decadencia y menosprecio, el constatar constante y obsesivamente que existimos en el mundo de la imagen. Convertirnos en imagen, festejar constantemente nuestro aparecimiento, incluso en las acciones más superfluas, justificar el sentido de nuestra vida, solo mirándonos, suponiendo la mirada de otro que no existe. El selfie es el indicador por excelencia, y en el selfie no hay espacio para otros. Los otros son solo un medio, lo que nos interesa de los otros es que nos vean, que nos den su like. Pero el hecho es que hemos perdido el deseo de ser deseados por el otro. Incluso la dialéctica del amo y del esclavo se ha roto. Ahora solo deseamos desearnos a nosotros mismos, y que ese deseo sea, en todo caso ratificado, por el like. Se crea una sociedad de amos en la imagen y esclavos de la imagen. En una sociedad donde solo importa el yo, en realidad no importa nadie. La frustración y la intolerancia, como afirman los expertos, son sus características estructurales. En un mundo de yoes hiper aislados no tiene sentido ni la ética ni la política, aunque las condiciones colectivas se vayan deteriorando, y acaso seamos capaces de verlo, no tendremos ninguna capacidad de acción al respecto. (O)
DZM
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social con experiencia en coberturas periodísticas, elaboración de suplementos y materiales comunicacionales impresos. Fue directora de diario La Tarde y es editora.
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