El discurso anti migrante de Donald Trump, ganador de las elecciones realizadas este martes 5 de noviembre de 2024, de concretarse pondrá en vilo a los cientos de miles y miles de “ilegales”, entre ellos, los ecuatorianos.
También para los nacidos en territorio estadounidense, pero cuyos padres tampoco cuentan con los papeles en regla.
Esto debe preocupar a esos compatriotas si, como lo sostuvo Trump durante su campaña electoral, dispondrá masivas deportaciones de los “indocumentados”.
De los legales o no, sus remesas enviadas al Ecuador son un motor para la economía nacional. El caso de Azuay y Cañar es patético.
Habrá preocupación, temor, no sólo entre ellos; también entre sus familiares en el Ecuador, desde donde, pese a todo, siguen migrando sin cumplir con las leyes norteamericanas, aun si obtienen un visado como turistas, pues muchos se quedan.
Y nada puede hacer el gobierno ecuatoriano. El Estado norteamericano tiene sus propias leyes, en este caso, las migratorias, en base a las cuales dispone quien se queda, quien se va, a quien recibe, a quien no, o retira el permiso por contravenir sus normas.
Las deportaciones de los ilegales desde los EE.UU. siempre han sido y son una constante. Trump no las inaugurará; más bien, como lo prometió, las redoblará sin contemplaciones.
Humanamente, como ecuatorianos esto nos debe poner en alerta máxima, más allá de la preocupación mundial por cuanto haga Trump en materia geopolítica, de su posición con respecto a Latinoamericana, y más específicamente de sus relaciones con el Ecuador, en guerra contra el narcotráfico cuyo mercado consumidor radica en aquella gran nación.
Los migrantes también están divididos políticamente. De alguna forma, es natural; pero de allí, como se comenta, a denunciarse entre sí, los legales contra los ilegales, para procurar su deportación, es inaceptable. Pero eso es parte de la “condición humana”.