Hace poco y por azar volví a escuchar a integrantes de la Asamblea Nacional, particularmente a confusas y desaliñadas defensoras del libertinaje del sexo y de la lengua, órgano que sirve tanto para degustar y deglutir como para la comunicación verbal de doble articulación, característica principal diferencia de los humanos que lo diferencia del resto de animales, inclusive más privativo que la misma inteligencia que también poseen otras especies.
Esta desagradable sintonía hizo que retome un escueto comentario escrito años atrás y que decía relación al aprendizaje del inglés que no se asimilaba en “sensu stricto” sino en “sensu lato”, es decir, de lo que se trataba es de aprender interpretando la sociolingüística y sociología del lenguaje, por ejemplo, el GÉNERO gramatical.
Con un afán desmesurado y atolondrado de ideología de género se quiere distorsionar el lenguaje, apoderándose de él como instrumento para combatir las desigualdades. Adviértase una de estas falsas tentativa: crear la palabra “herstory´” a partir de “histoty” (historia). La palabra historia viene del griego “iotopía”, con significado de saber.
Se confunde este origen griego y ahora se quiere anteponerla con los posesivos ingleses `his´ y `her´. Así se pretende sustituir, o independizarse de la his-toria, con la atufada ideológica de la her-story: la `historia de ella, la historia escrita por mujeres y para mujeres´. Este activismo político cae en la ramplonería, pues, en vez de contribuir a la igualdad de derechos, lo que hace es confundir más la convivencia humana.
La lucha librada de los derechos e igualdad de las mujeres por más de medio siglo, se tiende a desdibujar con acuñaciones de palabras que caen en la socarronería y la burla. La lengua española tiene una larga tradición normativa, cuyas academias en todo el mundo fijan estándares lingüísticos que elevan la identidad de los pueblos y la capacidad de interpretar su historia. Así lo hicieron Miguel de Cervantes, Andrés Bello, Lázaro Carreter, Juan Montalvo, Benjamín Carrión… Lástima que estos paradigmas de nuestra identidad lingüística no siquiera son conocidos por los bulliciosos de la política que dicen revolucionar a la ciudadanía.
El hombre cambia, ha cambiado y cambiará siempre, puesto que es maleable por naturaleza, no obstante, también es conservador con sus identidades como la religión, la lengua y sus costumbres. La lengua es a la vez conservadora y cambiante, paradoja que se explica porque la cultura es el mantenimiento de la consonancia de un pueblo, pero, a la vez, se renueva inexorablemente a través de los tiempos. (O)