La cárcel de Turi vuelve a ser “noticia”. Esta vez, por ventaja, no por asesinatos entre reclusos, más bien por la captura de una banda delictiva dedicada a introducir objetos prohibidos.
Eso tampoco es novedad. Ha ocurrido, ocurre y, a lo mejor, seguirá ocurriendo en todas las cárceles del Ecuador, escenarios de violencia, terror, explosiones y asesinatos, y desde donde se sigue delinquiendo a “control remoto”.
La rehabilitación de los sentenciados es un cuento, y pese al trabajo de la Policía y el Ejército, siguen, aunque no con la misma fuerza, bajo el pulgar de los grupos delictivos.
En operativos efectuados en Cuenca, Quito y Guayaquil, la Policía detuvo a tres mujeres y un hombre, presuntos “pasadores” de teléfonos celulares, chips, una computadora, dinero en efectivo y otros objetos a la cárcel de Turi.
Supuestamente, una de las detenidas es la encargada del economato; otra, una guía penitenciaria; una tercera se encargaba de transferir el dinero producto de los artículos.
Sobre las dos primeras pesa la presunción de burlar las seguridades de la cárcel e ingresar los objetos prohibidos.
La participación en el ilícito de una guía penitenciaria tampoco llama la atención. No es regla general, pero son hechos comunes y corrientes. Pero si se ha descubierto haciéndolo hasta a miembros de las fuerzas del orden.
Sobre la encargada del economato, es decir de una tienda en el reclusorio, resulta sintomático.
Todo eso hace suponer cuan frágiles son los controles, sobre todo en los practicados a mujeres en cuyas partes íntimas ocultan los objetos prohibidos.
Cuando en operativos sorpresa la Policía descubre de todo en las celdas, hasta armas de todo calibre, explosivos y droga, celulares, siempre surge la pregunta, casi nunca respondida, de cómo así, con la complicidad de quiénes, son ingresados.
Bajo esas circunstancias, las cárceles seguirán siendo “bombas de tiempo”, donde no hay como confiar ni en las sombras de quienes entran y salen.