En un mundo convulsionado por las guerras, por la hambruna en algunos países, por el racismo, por el odio, por la intolerancia, hace falta la victoria del amor. Es la Navidad la oportunidad tan propicia para invocarlo, practicarlo y elevarlo a categoría de existencia bíblica.
Del deseo de una Feliz Navidad vuelve a poblarse en estos días la mayor parte del planeta; pero será una frase vaciada si de por medio no hay la convicción de cuanto lo puede el amor.
Habrá millones de familias, de personas, faltas de amor, de entendimiento, de comprensión, de saber cuan efímera pueda ser la vida, en cuyo tránsito se debe cultivar esta virtud o sentimiento, hasta como para presumir no haberla vivido en vano.
Según la tradición, la Navidad es para recordar el nacimiento de Cristo, quien hasta entregó su vida por amor, por amor al otro, a la verdad, a la paz, a la justicia y a la solidaridad.
Por el amor de su Padre a la humanidad, Él, de acuerdo al relato bíblico, fue concebido, sacrificado en la cruz, luego resucitó, y así, vivo sigue irradiando amor.
Lamentable es decirlo, pero la Navidad, por el tráfago del tiempo, el avance tecnológico indetenible, voraz y hasta temido a ratos, y por la moderna concepción del mundo, ha ido perdiendo su esencia, esa esencia basada en el amor, palabra única, bella e imperecedera.
Del deseo de Feliz Navidad, poco a poco se va pasando al de las felices fiestas, y no es igual.
No es cuestión de evolución conceptual ni de matices, pero sí de mantener la fidelidad a una fecha histórica, religiosa, sobre todo a su significado real, y, por lo mismo, ocasión, quien sabe si irrepetible por cuanto nadie es eterno, para regalar amor; no cuesta nada, excepto el deseo profundo de entregarlo a cambio de nada.
La Navidad, es el deseo de este diario, vívanla entre familia; si hay desavenencias, heridas, es hora del perdón; igual entre amigos, en la comunidad, en fin, en todo lugar donde haya espacio para el amor.