Whitman Gualsaquí Sasi (1960) es un pintor de trayectoria que ha merecido el aplauso dentro y fuera del Ecuador. Su labor perseverante está arraigada en la paleta, a través de las ideas y formas que plasma en sus representaciones icónicas. Ya que sus dibujos no son meras figuras ornamentales, sino el conjunto de una profusa interpretación de realidades expandidas a lo largo de su vida, en donde el territorio de nacencia: Otavalo (Imbabura), tiene mucho de protagonismo, y con ello, la raíz identitaria cuya reminiscencia refleja alegrías y carencias, inocencias y dificultades severas por sobrellevar. Lo espacial se somete a una inducción de excelsa raigambre terrígena.
“Whitman en el tiempo” se denomina la exposición pictórica que estará abierta todo este mes de marzo en la ciudad de Riobamba (instalaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo de Chimborazo). Son más de 30 cuadros que perennizan un estilo sólido y vital. Madurez impecable que nos somete a una poética reiterada de objetos y sujetos que instrumentalizan simetrías percibidas en la brevedad de la existencia. En sus composiciones de fuerza visual, sobresale la revelación interna proveniente de la experiencia, resumida en los alimentos y frutos que se dan en la cosecha (sandías, tomates, peras, manzanas); elementos de la naturaleza verde, celeste y marrón; guitarras, vasijas, colibríes y cúpulas; vestimenta de matriz otavaleña. Se rinde pleitesía a la luna. Se exalta a la redondez con semblante de niña. En el lienzo despunta una provechosa propuesta afianzada en la conceptualización contemporánea.
Es autor prolífico de las series: “El color de la ternura”, “Arcos y rincones de Quito”, y “Sofá rojo”; entre la tradición y la ruptura. Ejercicio impresionante de trazos y cromática desbordada como ofrenda a la fertilidad, a la tierra y a la vida. Whitman Gualsaquí exterioriza con impulso único la sensibilidad que corroe en la sangre, que se enciende en el lienzo y da rienda suelta en líneas innumerables e inconfundibles. ¿Hasta cuándo? Eso, lo saben los demiurgos que lo rodean en cada noche de jornada extenuante.
Marco Antonio Rodríguez sentencia: “Gualsaquí es dueño por completo de sus dominios. Su nueva obra será la misma pero distinta, porque sale siempre virgen de la fibra más íntima de la creación, y no se repite, sino que se suma a la totalidad. Identificación y reunión con las criaturas que pinta: actos de amor y de fe”. (O)