Hermanos míos, la relación entre política y religión ha sido inseparable a lo largo de los años. Es algo intrínseco. Y, como era de esperarse, en esta segunda vuelta presidencial en Ecuador no podía faltar la payasada. La candidata del correísmo metiéndose en un templo de sanación, al puro estilo de Pare de Sufrir, para que le saquen los diablos y la conviertan en mandataria.
Ahí estaba La Luchita, de rodillas, recibiendo las “bendiciones” de los pastores, ungida con mantos celestiales y algún cuento adicional. No tardaron en aparecer las voces que recuerdan que vivimos en un Estado laico y que la religión no debe meter las narices en la política. Pero en una contienda tan reñida, cualquier artimaña es válida con tal de aruñar un votito.
También hay reuniones con otros colectivos. Por ejemplo, los LGBTIQ+, que han presentado sus agendas para que sean incluidas en los planes de gobierno. Sin embargo, la coyuntura ha llevado a que ambos finalistas adopten una postura similar. A partir de los 18 años las personas decidirán sobre su transformación o identificarse.
En fin. Durante una campaña, los candidatos atraviesan diferentes etapas. Quienes hemos trabajado en elecciones conocemos bien las agendas. Un día juegan un partido de vóley, al siguiente hacen un trotecito por las zonas más concurridas, luego se ponen el delantal para demostrar que no son tan carishinas. Ah, y no puede faltar el contenido tipo vlog, donde narran su día a día.
Lo que sí les ha faltado es la faceta de nadadores de aguas abiertas, para apoyar a las poblaciones que están con el agua hasta el cogote. Al final, las campañas en Ecuador parecen unos Juegos Olímpicos: los candidatos deben ser expertos en esquivar balas, protegerse de coches bomba y, por supuesto, borrar uno que otro casito judicial.
¡Dios bendiga al Ecuador! (O)