Fin de la campaña. Fin de la tensión. Daniel Noboa es reelecto presidente del Ecuador. Los resultados son irreversibles. Mucho más de lo previsto. La diferencia con su contendora pocos la esperaban.
Un voto de confianza, no un cheque en blanco. Un voto para darle al joven mandatario una oportunidad de gobernar con mayor holgura y aplomo durante cuatro años.
Para su triunfo, como ocurrió con Lasso, se unieron todas las fuerzas contrarias al correísmo. Él, así lo debe entender.
Comienzan a lloverle los debe hacer esto, esto otro, de esta forma; resolver primero esto, luego lo otro; en fin, una cascada de observaciones, sugerencias y, ya se sabrá, hasta de veladas advertencias.
Por ventaja, Noboa ya conoce la realidad nacional, la ha vivido, la ha soportado. No le sorprende. Ha sorteado, en algunos casos hasta sobrepasando los límites constitucionales, varias situaciones, de verdad, durísimas, como la crisis eléctrica, enfrenta al crimen organizado con éxito relativo; subió el IVA, sinceró el precio de los combustibles; su bronca política con la vicepresidenta, y enderezó el manejo económico, con altibajos por su puesto.
Le llega el momento crucial. No será necesario escuchar su mensaje cuando juramente para el nuevo mandato para saber el rumbo de su segundo período.
Hay tantas y tantas situaciones pendientes. Claro, una cosa es exigir y exigir, pedir y pedir, impedir e impedir, otra, muy distinta estar en el poder. Y el poder no es todo, si no hay recursos suficientes, ni dónde obtenerlos, u obtenerlos endeudando para seguir pagando deudas, en tanto crecen las demandas sociales, algunas apremiantes.
Tampoco el poder es todo, si, como se sabe, hay otros poderes entregados, sin necesidad de ganar una elección, a otras instituciones, cuyas decisiones, hasta por razones políticas, pueden poner al mandatario al filo del abismo.
El domingo habló el pueblo en las urnas. Hasta los ancianos fueron. No quiso volver al pasado. Noboa está llamado a no defraudarle. Manos a la obra. A gobernar para todos.
