El espejismo de la representación en tiempos de TikTok

En Ecuador, la democracia representativa ha terminado por ser una estructura formal sin sustancia deliberativa. Una suerte de cáscara vacía, donde el ritual del voto cada cuatro años sirve más para legitimar un espectáculo político que para garantizar el ejercicio pleno de la ciudadanía. ¿Cómo hablar de representación cuando los representantes legislan al ritmo de los “views”, ceden ante el algoritmo y se alinean con la lógica del show antes que con la de la política pública?

Las democracias consolidadas no son tales únicamente por tener elecciones libres. Lo son, sobre todo, porque sostienen espacios de deliberación racional, diversidad de voces y contrapesos institucionales. Pero en contextos como el nuestro la comunicación gubernamental deriva en propaganda, y el debate público en polarización performática.

La Asamblea Nacional, que prometió ser diferente, es el mejor ejemplo de este desencanto. En sus primeras semanas de funcionamiento, lejos de instalar una agenda legislativa robusta frente a la inseguridad o la crisis económica, ha centrado su accionar en peleas internas, vetos cruzados y protagonismos mediáticos. No hay plan, hay pantomima. Y en esa pantomima, cada intervención legislativa parece buscar un clip viral antes que un consenso democrático.

Reforzar la política desde dentro es imperativo. Exigir partidos más programáticos, representantes más formados, instituciones más robustas y ciudadanía más activa. Democratizar no es entretener a las masas; es generar condiciones para que esas masas piensen, deliberan y exijan.

REM

REDACCION EL MERCURIO

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