Hay cosas que supimos desde el primer instante, esa corazonada, esa sensación de “por aquí no es” o de “esto va a funcionar”. Y otras veces también lo supimos… y nos equivocamos con absoluta seguridad y convencimiento. Así es que eso a lo que llamamos intuición puede ser sabiduría comprimida o prejuicio bien disfrazado.
En Blink, Malcolm Gladwell afirma que las decisiones rápidas e intuitivas, son una forma legítima y valiosa de pensar, que ese juicio en los primeros segundos, eso que él denomina thin-slicing, puede ser tan certero como el resultado de un análisis minucioso. Pero mientras leemos ejemplos fascinantes de esta inteligencia intuitiva, aparece esa pequeña alarma interna que cuestiona lo que ocurre cuando ese juicio rápido está contaminado por sesgos o estereotipos.
Daniel Kahneman, en Thinking fast and slow, dice claramente que el “sistema 1 de pensamiento”, ese que es rápido, automático e intuitivo, no siempre es de fiar. Es cómodo, pero también es perezoso, se deja llevar por atajos mentales que nos ahorran tiempo, pero a veces nos cuestan exactitud. Son por así decirlo, pensamos en piloto automático, con los que completamos historias con datos que no existen, y que luego defendemos totalmente convencidos.
Carol Dweck por su parte comenta en Mindset que lo que creemos sobre nosotros mismos y nuestras capacidades influye en cómo interpretamos esas corazonadas. Si pensamos que somos o no buenos en algo, afectará nuestra intuición sobre el tema.
Sabiendo entonces que a veces, nuestra intuición es una aliada poderosa, y otras, solo un eco de prejuicios disfrazados de certezas, tal vez lo más sensato sea aquello que no suena emocionante, pausar, revisar, y no confiar ciegamente ni en lo que pensamos… ni en lo que sentimos. (O)