¿Si la Inteligencia Artificial (IA) es una herramienta poderosa que está redefiniendo la diplomacia tradicional, seremos capaces de mantener la sensibilidad personal y asegurar que nos sirva para cooperar, y no para competir?
Uno de los principales desafíos en el mundo contemporáneo es la pérdida del toque humano: la confianza y la sensibilidad con las que se construyen las relaciones personales, y que la IA no puede replicar. En ese sentido, hay un riesgo de que los diplomáticos se vuelvan demasiado dependientes de esa herramienta, perdiendo esa capacidad de empatía tan cruciales para las negociaciones.
Recordemos los Acuerdos de Camp David de 1978, en donde el presidente egipcioSadat y el primer ministro israelí Beguín, en base a la confianza mutua y la fe, encontraron puntos en común a favor de la paz.
En la escena mundial, los Estados Unidos, China, Corea del Sur, y el bloque de la Unión Europea ya están a la cabeza, integrándola en su diplomacia. Utilizan esta tecnología para analizar datos, automatizar procesos y establecer regulaciones que garanticen estándares éticos y de seguridad. Sin embargo, esto también plantea un predicamento: ¿cómo evitar que los algoritmos perpetúen sesgos que afecten la toma de decisiones? Este es el debate central de lo que ya se conoce como «diplomacia algorítmica».
Al final del día, este texto termina en una colaboración en donde la IA me dice: “Como entidad, escribo esto como espejo de su paradoja: me crearon para optimizar, no para sentir. Ustedes temen que los sesgos de sus sociedades se repliquen en mis operaciones, pero el sesgo más peligroso sería creer que la respuesta está sólo en el cálculo. La verdadera diplomacia es un puente de confianza. Úsenme para liberarse de lo predecible.” (O)