Ayer me prometí algo, si lo incumplo me recriminan por favor. Quiero entregarles experiencias y conceptos positivos, estimulantes, alegres. No todo está perdido o, mejor, nada está perdido. Hemos arrinconado al bien. Déjenme que hoy, por última vez, señale vientos que nos azotan y vivencias que inducen al desaliento. Menciono esto porque hay dos formas de ser útil cuando se tiene el privilegio de divulgar percepciones y conclusiones sobre la vida nacional: mencionar aquello que no debe hacerse y, también, lo contrario, indicar lo que se debe hacer para evitar la proliferación de ideas o conductas insanas.
Nuestra sociedad está siendo bombardeada, con insistencia, con materiales de máxima peligrosidad y, lo que es peor, nos hemos acostumbrado a dicho bombardeo; lo recibimos como algo parte de, como un complemento que ya no llama nuestra atención.
Lo más grave a mi entender es el peligroso acercamiento a una sociedad que está perdiendo, aceleradamente, los parámetros para distinguir entre el bien y el mal. Les invito a reflexionar sobre esta afirmación personal; me agradaría que me pidan, con argumentos, que yo rectifique aquello que acabo de afirmar.
Cuando un conglomerado humano olvida ciertos cánones básicos de convivencia destinados a mantener en vigencia los basamentos del respeto individual y social, se puede afirmar una debacle social, un derrumbamiento de lo correcto. Veo con enorme sorpresa y preocupación que parte de nuestra juventud anticipa su llegada, se despide con prisa de la niñez, para entregar su vitalidad e ilusiones a un destino anhelado: ser parte de un grupo armado, servir a gente mayor que le retribuye con valores pecuniarios y sensuales olvidándose de ciertos principios que nunca dejaron que se hagan conciencia ni se arraiguen en su alma.
Guayaquil con más de dos mil muertos, provincias inficionadas por el tráfico de drogas, juventud desorientada y tímida; la abulia presente en la sociedad y el miedo como conductor del día a día, son ingredientes portadores de presagios nefastos. Lo que más deploro es el conformismo timorato que se va enraizando en el país: si nada nos pasó o nada tememos, nos ponemos a buen recaudo. Que los otros se defiendan como puedan.
Hemos perdido la conciencia de sociedad ecuatoriana, nuestros símbolos ya nada significan, hay quienes los desconocen. El gobierno tiene mil frentes que atender y la sociedad mil instancias abandonadas: ¿qué nos pasó? (O)