Haber coronado la clasificación al Mundial de Fútbol a disputarse en 2026 en Canadá, Estados Unidos y México, venciendo a Argentina, la campeona reinante, y, por consiguiente, quedar en segundo lugar en las eliminatorias sudamericanas, no es poca cosa lo conseguido por la Tricolor.
Al contrario, dice mucho, comenzado por dar otro alegrón a millones de ecuatorianos, amantes del fútbol, el deporte universal generador de pasiones.
Jugar otro Mundial confirma la tenacidad, la preparación constante, el afán por seguir aprendiendo, entrenando a diario, la convicción de ser capaz como para no achicarse ante rivales, en apariencia superiores, y, como tal, para triunfar en las grandes Ligas, como las europeas.
La Tricolor pasó por una serie de vicisitudes, como el cambio de director técnico; también la presión, exagerada a ratos, de hinchas, directivos, comentaristas deportivos y de cuantos no entienden la naturaleza del deporte, ignorando que quienes lo practican son, ante todo, seres humanos, proclives a lesionarse, a tener “un mal día”, a fallar también, así sea por milésimas de segundos.
En el futbol todos “juegan” a ser entrenadores, a criticar estrategias de los técnicos, a censurar a estos sin tener autoridad ni conocimiento. Hasta sale a flote el regionalismo futbolístico.
A todo eso los jugadores se sobrepusieron. Demostraron profesionalismo, amor por la camiseta. Se respetaron entre ellos.
Sí, todo eso hace mucho más grandiosa la clasificación mundialista, y les hace más merecedores de la congratulación nacional.
El partido contra Argentina fue el adiós en las eliminatorias de Enner Valencia. No es momento para señalar las agresiones digitales, los comentarios agrios, de los que fue objeto. Las están cayendo en la cara de sus detractores gratuitos.
Al contrario, expresarle que es un referente para la juventud, ejemplo de superación, de tolerancia, y su aporte está inmortalizado en la memoria de todos.