¡Que bestia de velocidad! Hace un par de semanas recién estábamos en la fase de “calentamiento” para ver que preguntas mismo hacía “valer” la Corte Constitucional, de entre las enviadas por el Presidente de la República, total, este momento ya estamos con consulta popular y referéndum para el 16 de noviembre y, de ganar el SI en la consulta, avocados a una campaña electoral para elegir a los asambleístas que formarán parte de la futura Asamblea Constituyente, cuya fecha, obviamente, estaría por definirse.
Casi siempre se piensa que la democracia representativa, es decir, aquella en la que la sociedad elige a sus representantes para que, en nombre y representación de ella, a través de los parlamentos, tomen las decisiones más convenientes para la buena marcha de una comunidad o nación.
Sin embargo, y ahí está el problema del mecanismo, en el proceso eleccionario para elegir a sus representantes pueden surgir una serie de inconvenientes, tales que, no se logre que esta representación sea genuina, que esta representación no signifique los reales intereses de los electores, que esta representación sea, en suma, de baja o decepcionante calidad en comparación con la aspiración del electorado.
Y por supuesto que la selección defectuosa, y en muchas veces, hasta inmoral de los candidatos, es responsabilidad de las agrupaciones políticas que los auspician.
Y no vayan a caer en el error de pensar que mientras más títulos universitarios haya en una legislatura, mejores los resultados. No. Y por la llana y sencilla razón que un título de tercer nivel representa un aval profesional más no una certificación de honorabilidad o decencia.
Por otro lado, y como se ven las cosas en la actual Asamblea, las decisiones las toman las cúpulas de los partidos, desde nimiedades, como si dan quorum o no, si se cambia o no el orden del día, etc, hasta importantes decisiones legislativas.
Sí es que, si se aprueba en la consulta lo de la Asamblea Constituyente y la conformamos luego con nuestros votos, no nos entusiasmemos mucho con sus resultados, a menos que los partidos pongan a nuestra consideración candidatos capaces y de integérrima conducta. (O)