Seamos serios. El país no vive un momento de calma, claridad ni un norte definido. ¿A dónde estamos yendo? ¿Usted lo sabe?
Cada día —lamentablemente— es más común una lógica de apagar incendios: responder, reaccionar, invisibilizar. No hay acción ni proyecto. Seamos claros: no se ha puesto al frente un proyecto serio que ilusione al país.
La institucionalidad está en duda. Y puesta en duda por quienes están convocados a hacerla respetar y a luchar por ella. Quebrantada por los mismos que deben defenderla. La democracia reducida a los ofrecimientos de una u otra elección. Algunos grupos de poder —y quienes detestan las instituciones democráticas— tomándosela para, al día siguiente, acabar con ella o atacarla. No es menor: parece que la consigna es destruirla.
Además, es un tiempo de manifestaciones y protestas sociales. La improvisación toma fuerza en todos los frentes, al punto de que hasta se la legitima con discursos fáciles, ridiculez argumentativa y vanidad de imágenes. La violencia es consecuencia de una sociedad en la que parece no tener sentido el esfuerzo, la seriedad ni el respeto. Todo es a la rápida. Con viveza. Ya se escucha: si los líderes, funcionarios o jueces no observan el marco jurídico ni las formas, ¿para qué hacerlo desde el último ciudadano del último barrio?
Y así vamos. En medio de protestas, polarización y ausencia de sustantivos, pero con definidos discursos de buenos y malos, se busca abrir al Estado para refundarlo una vez más a través de tres procesos electorales por vía de una asamblea constituyente. Tres elecciones: consulta popular para consentir su instalación; luego, elegir a los constituyentes; y después, votar por la constitución realizada en la constituyente. La instalación y funcionamiento podría durar hasta 240 días.
Entonces. Con claridad. En un país en el que el crimen ha permeado, muchos financistas de la política son bandas y bandidos, no se miran sustantivos y la ética parece ausente, al menos: cautela. (O)
@jchalco