Adaptarse al cambio climático no es solo una necesidad, es una oportunidad. Ecuador, país megadiverso y vulnerable, enfrenta sequías, inundaciones y olas de calor que revelan tanto sus riesgos como su capacidad de resiliencia. La adaptación permite anticipar impactos y convertirlos en motores de desarrollo: ciudades más frescas, cultivos resistentes, gestión hídrica eficiente y valoración de los ecosistemas como activos estratégicos. Experiencias como los pagos por servicios ambientales en Costa Rica o la transición energética en Uruguay demuestran que invertir en resiliencia paga: por cada dólar invertido se evitan hasta trece en pérdidas futuras. El cambio climático desafía nuestras estructuras, pero también impulsa innovación, empleo verde y bienestar colectivo. No se trata solo de evitar daños, sino de ganar futuro. Adaptarse es evolucionar: pasar del riesgo a la oportunidad y construir un país más fuerte, justo y sostenible. (O)









