No porque no ha dejado de estar en campaña y posicionar un discurso racista, un discurso de odio. Porque controla todos los poderes, gobierna bajo el discurso del miedo –es un “enemigo a temer”–, apoya al criminal gobierno israelita, admira al demencial Donald Trump. No porque sus toscos y burdos discursos populistas, junto a su humillante caridad insultan el sentido común y lejos están de resolver la exclusión, el despojo, la pobreza estructural. No porque no entiende, por tanto, no acepta la rica y enorme diversidad cultural que nos constituye y que hay pueblos con sistemas propios de participación y gobierno que les ha permitido sobrevivir ante la ausencia histórica del Estado. No porque me parte el corazón la criminalización, violencia simbólica permanente y la persecución contra los defensores del agua y la naturaleza. No porque no tiene ninguna gana de obedecer la consulta popular por el agua de Cuenca y el Azuay. No porque no escucha al caudaloso y viviente Quinto Río. No porque el problema no es la Constitución sino la incapacidad de Daniel Roy Gilchrist. No porque “la democracia es como el agua de los páramos, no nos puede faltar, clara, limpia y transparente”, y porque como dicen las paredes en la ciudad: “No, no más poder al poder”, “¡No! No soy gil…”. (O)








