Los cierres viales se han hecho (mala) costumbre en Cuenca.
Suficiente con organizar una carrera, de la naturaleza que sea, o por cualquier otro motivo, se bloquea el paso vehicular por sectores urbanos, que de por sí “son cuellos de botella” en materia de tránsito.
Una manera tosca de estresar a la ciudad, así sea durante los fines de semana, en los cuales, así lo creen algunos, el tráfico es bajo.
No por ser sábado o domingo la gente no trabaja, tiene algún percance o requiere llegar a tiempo a tal o cual sitio alejado del sector donde reside.
Tampoco resulta efectivo el anuncio previo de los cierres viales a través de medios digitales.
El sábado anterior, por citar uno de los tantos casos, decenas de pasajeros que necesitaban ir a la feria libre El Arenal tuvieron que quedarse a muchas cuadras de distancia.
El tránsito, en tales circunstancias, se “enloquece” mucho más. Hay riesgos de eventuales colisiones, hasta invasión de vías, amén de la contaminación auditiva por el uso impertinente de bocinas.
El día siguiente, el panorama fue similar o peor; igual las consecuencias.
Este lunes, el cierre ocurrió en pleno Centro Histórico. ¿El motivo? Disque celebrar el aniversario 26 de la declaratoria de Cuenca como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
¿Vale que eso ocurra? Un aniversario usado para “mostrarse”, para “brillar”, cuando, como lo informó este diario en su edición de ayer, van 26 años que no existe un plan gestión del Centro Histórico.
En una ciudad rebasada por el tráfico vehicular, un problema del cual se desentienden las autoridades respectivas, los cierres vehiculares, si bien satisface a unos, a la mayoría fastidian.
No implica estar en contra de la actividad deportiva, pero sí de buscar alternativas, como años atrás se logró para minimizar los tantos y tantos Pases del Niño que se organizaban en el centro de la ciudad.
Es cuestión de visión, no de quedar bien con todos.








