Alguien, con brillantez, aseveró que los presidentes de un país y otras autoridades de libre elección no son los culpables de la debacle que vive Ecuador; dijo que los culpables somos quienes los elegimos. Y … en buena parte, es verdad. Si analizamos las dos últimas décadas de gobierno dicha aseveración calza como anillo al dedo.
Es verdad que buena parte de nuestros compatriotas se dejan llevar por la propaganda, por el criterio de los amigos y por el poco conocimiento de la política del país y en consecuencia no les importa aquello que debe hacer un presidente por mandato de la Constitución. Lo que interesa es que sea un buen amigo que ayude a resolver problemas personales y que todos al final de cuentas queden satisfechos, no en el plano nacional, que no importa, sino en el ámbito personal o quizá: grupal.
Observo que las campañas previas a las elecciones están en manos de empresas que manejan los secretos de la publicidad; de esta suerte se arma un perfil y se lo vende como la única solución para corregir errores y, de manera especial, para concretar las reformas que solucionen problemas grupales. El equipo humano que lleva adelante dicha campaña goza de todas las prebendas y está preparado para realizar las ofertas necesarias que luego se transformarán en votos. En esta campaña nada queda afuera: instituciones públicas y privadas, autoridades electorales y de justicia, etc. Un presidente del país, así electo, nace maniatado por propia decisión y su mandato estará repleto de actitudes hipócritas, como ofrecer solucionar los males que aquejan al país mientras no hace otra cosa que abonar el sistema que impide el bienestar social de todo Ecuador.
¿Me pueden dar el nombre del Presidente de la República, con mayúsculas, que se haya propuesto poner coto a la corrupción instalada en parte de los integrantes del sistema de justicia nacional? Me refiero, por ejemplo, a los malhechores que son apresados en delitos ‘coram populo’ que en pocas horas nuevamente están libres. Los jueces probos guardan silencio y el mal se enseñorea y la excepción se convierte en procedimiento natural.
El 2026 está a la vuelta de la esquina. ¿Veremos interesarse a los clásicos poderes: ejecutivo, judicial y legislativo, de la suerte de Ecuador y suscribir un compromiso de sanación moral, a su interior? Así lo espero. (O)






