Esperanza

Al borde de la Navidad —esa fecha que se nos vende como felicidad, paz y conciliación— vale revalorizar lo que significa la esperanza.

En un mundo donde el bienestar es negocio, la terapia promete curarlo todo y “estar aterrizadas” se vuelve consigna de productividad, la esperanza se mira con sospecha: esperar sería ingenuo, aferrarse a un ideal imposible, confiar en alguien que no lo merece.

Algo de eso es cierto: nadie puede delegar en otra persona la tarea de resolver su malestar o su vida. Pero otra cosa es esperar del otro un gesto de humanidad: el abrazo solidario, el compartir, el cuidar, la empatía. Esa esperanza nos recuerda que el amor tiene formas, se expresa y llega cuando más lo necesitamos.

La esperanza no nos aleja de la realidad: la ilumina. Nos inspira a creer que un mundo mejor es posible, nos permite ver los matices, reconocer que todas las personas tienen algo que ofrecer, algo que celebrar y algo por lo que soñar. En un país donde todo se siente incierto, ojalá podamos unirnos más, dolernos con el dolor ajeno y soltar la indiferencia que nos han vendido como escudo, ahí deposito mi esperanza. (O)

Ma. Isabel Cordero

mi.cordero@sendas.org.ec

Lcda. María Isabel Cordero

Lcda. María Isabel Cordero

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