Carol Dweck comenta que la mayoría de las personas caminamos por la vida con un mapa mental fijo, un conjunto de creencias, certezas y opiniones que rara vez se revisan. Ese mapa nos da seguridad, claro, pero también nos protege del malestar que produce aprender algo nuevo.
Porque aprender algo nuevo puede parecerse a salir del sendero que ya está trazado, algo así como abrir trocha por lugares no transitados, con los peligros que eso implica. En el fondo, no nos gusta salir de nuestra zona de confort, por lo que defendemos aquello que nos es familiar.
El problema es que los mapas que no se actualizan dejan de servir. El mundo cambia, nosotros no tanto. Y ahí empezamos a confundir experiencia con rigidez y convicción con terquedad.
Esto, a decir de Platón, ya lo había intuido Sócrates hace más de dos mil años, con su famoso “solo sé que nada sé”. Siglos después, el budismo zen puso nombre a esa disposición, Shoshin, la mente del principiante. Disposición que implica aceptar la pequeña humillación de hacer preguntas básicas, de no entender a la primera, de equivocarse en público. De recordar que todo experto fue, alguna vez, un principiante confundido.
Cerramos el año cargados de certezas, diagnósticos y conclusiones. Quizás el mejor propósito para el que empieza no sea aprender más cosas, sino desaprender algunas, soltar un poco el mapa, mirar con ojos nuevos.
No es fácil, el ego protesta, la incomodidad aparece. Pero también aparece la curiosidad, esa que no necesita tener la razón, solo ganas de entender.
Tal vez empezar el año con mente de principiante no nos haga sentir más seguros, pero sí más vivos. Y, quién sabe, quizá también un poco más sabios… precisamente porque nos atrevimos a explorar nuestra mente de principiantes. (O)
@ceciliaugalde





