El cambio de año es más que un acontecimiento del calendario, es una invitación simbólica a reinventarse. Es una fecha que nos coloca frente a nosotros mismos y nos impulsa a revisar quiénes somos, cómo vivimos y hacia dónde nos estamos conduciendo. En ese contexto, los propósitos de nuevo año adquieren un valor significativo.
Plantearse nuevos propósitos es asumir con responsabilidad un proceso de transformación. Es reconocer que la vida humana es dinámica, que nuestra identidad está en construcción permanente y que cada decisión cotidiana cuenta. Cada propósito es una declaración ética: un gesto que señala la dirección en la que deseamos evolucionar como personas, como profesionales y como miembros de la sociedad.
Más que metas rígidas, los propósitos funcionan como horizontes de sentido, que nos exigen caminar con mayor coherencia entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos. Su valor está en recordarnos que el crecimiento se gesta en hábitos discretos, en elecciones repetidas, en la constancia y disciplina. El Año Nuevo es la posibilidad de conducir nuestra vida con mayor atención, profundidad y responsabilidad. (O)









