Conforme termina el 2025 abundan, como siempre, evaluaciones, resúmenes, lo que no se hizo, menos los mea culpa.
Los ecuatorianos, como en cada año que comienza, ciframos esperanzas para 2025, y lo haremos para 2026.
Como país, cuánto optimismo puso la mayoría de ciudadanos al dar continuidad al gobierno de Daniel Noboa.
Se creyó en el “nuevo Ecuador”, no tanto como efecto de un slogan de campaña, cuanto porque era la oportunidad para que un joven, el más joven de entre todos quienes han gobernado el país, aun con su inexperiencia, haga prevalecer todas esas ganas, esos ímpetus, propias de una generación ansiosa de dejar atrás viejos cánones, visiones ancladas en el pasado, posiciones partidistas sin importar más que sus intereses; es decir, dispuesta a romper viejas y no tan viejas estructuras, modelos autoritarios y demasiado estatistas.
Al cierre de 2025 vale preguntar, ¿cuánta de esa esperanza se cristalizó? ¿Cuántos de los cambios, pero cambios de verdad, los ha materializado el joven mandatario como para que justifique aquella frase “de que es la hora de la juventud Milenial”?
El Régimen podría sacar pecho del manejo macroeconómico, de la tan ansiada baja del riesgo país (necesaria, por cierto); pero son cifras que no se reflejan en el día a día de la gente, que mira cómo el Estado se desentiende de su realidad.
En el campo de la seguridad, el año cierra como el más violento. Qué decir en el de la salud, a lo mejor el más desastroso; igual en el de la transparencia, habiendo salido a la luz casos no compatibles con la ética.
No se trata de pintar un cuadro pesimista, de no rescatar algo bueno, productivo; pero en la balanza, el optimismo, la esperanza insatisfecha, pesan más, y corresponden a la realidad.
Un gobierno reacio a oír, a aplicar el silencio como política pública, a no “aterrizar”, ve pasar el 2025 sin haber hecho lo correcto y urgente.











