Nuevamente las pruebas Ser Bachiller, volvieron a fracasar. Esta vez la “filtración” de preguntas se produjo en Guayaquil. Pero ese reiterado acto de corrupción no es lo principal. Lo más importante es que se trata de un sistema con serios defectos conceptuales y prácticos. El fracaso de casi una década obliga a cambiar de sistema. Si no lo cambian a tiempo vendrá una reacción como la de los años sesenta cuando, ante la negativa a reformar los sistemas de ingreso a las universidades, se terminó suprimiéndolos.
Los exámenes de ingreso a finales de los años sesenta tenían graves problemas. Antitécnicos, subjetivos, en algunos casos absurdos. Generaron – como ahora-una ola de reclamos. En Cuenca se citaba el caso de estudiantes que reprobaron porque no contestaron la pregunta de cuántas ventanas tiene la Capilla Sixtina.
Las universidades fueron renuentes a introducir reformas. Algunas como la Politécnica Nacional tenían excelentes sistemas, pero eran la excepción. El movimiento estudiantil radicalizado con la ola mundial del mayo francés del 68 declaró una lucha frontal que terminó aboliendo los exámenes. Lo correcto era reformar y mejorar el sistema. No suprimirlo. Pero no se corrigió y los resultados fueron desastrosos.
Hoy ocurre cosa similar. El sistema estatal de admisión creado por tecnócratas en el correísmo es malo y no puede permanecer como está. Buena parte de la solución está en trabajar con las universidades respetando su autonomía y aprovechando su experiencia. Con las universidades sí es posible organizar un sistema idóneo. Si no ocurre eso nada raro sería que un nuevo movimiento arrase con los sistemas de admisión, como ocurrió en los años sesenta. (O)